El otro día, salió un estudio muy bueno, que dice, que en ciertos lugares, nos tentamos a ciertas cosas. Por ejemplo, en el cine, será inevitable comer cabritas. Sé que hay muchos que se molestan cuando ven una película y el hueón de atrás come sin parar, pero esos, que se vayan al cine arte, los cines masivos, son para eso y están pensados bajo ese formato gringo, así es que, esta columna, no va para los que se creen inteligentes o eruditos, por no comer cabritas en el cine. Chao.
No hay placer, más idiota y rico a la vez, que comer cabritas en el cine, viendo una película de acción o riéndose de buena gana, mientras la mano, va, inconscientemente al vaso gigante, y viene a la boca. Va al vaso, y viene de regreso. Va, y viene y así, ¡no se puede parar! ¡Es una locura!, ¡¿por qué pasa eso?! Bueno, un grupo de “cocos”, descubrieron que cuando comemos en un entorno determinado, el cerebro asocia la comida con dicho entorno y nos instala la necesidad de comer.
¿Se han dado cuenta, que después de un rato, miras el vaso, y ya no queda nada? ¡Y te dan ganas de más y más! es una soberana estupidez. Creo que no pasa en otros lugares que yo recuerde. Puede ser en algún bar, donde fumas y tomas sin parar, como necesidad imperiosa en ese momento.
Entrar al cine sin cabritas, es como no haber ido al cine. Una lata. Dos tipos viendo una película y sin nada que picotear, mal, fome. Las cabritas tienen eso de cine antiguo, en donde dos manos, podían juntarse en el mismo paquete… me refiero al de cabritas… por favor…