Estado Crítico / “Cacho n’ Cheese”

Esta columna, la puse en algún lado alguna vez, pero vale la pena en esta sección.

Es lunes, y mi cabra chica llega del colegio. Saca un puñado de garabatos de su mochila: su cuaderno para la tarea, su estuche, sus libros, alguna que otra polera enrollada dentro, y su agenda. La reviso, obvio, como buen y preocupado padre. Al abrirla, ¡paf! Cae a mis pies, un papel, lleno de colores, globos y que viene con un ratón, que ya a estas alturas odio, que dice ¡Feliz Cumpleaños! / ¿Qué es esto? – le pregunto. Me responde que es la invitación al “cumple” del Fernando. La abro, la leo y claro, la niña no miente, menos en eso.

“Amiguitos: los invito a mi fiesta, este sábado a las 4 de la tarde en el “Cacho n’ Cheese”. ¡Los espero!” chuuuuuuuuuuuu…. Ya comienzan a sonar los violines de Psicosis, ¡clin, clin, clin, clin!

Un soberano cacho. Como soy yo quien lleva a la niña los cumpleaños, ¡Tate! Tenemos panorama el sábado. A la mierda el asado, a la cresta Colo-Colo, la lectura de revistas sentado en mi sillón, nada. Un desastre. El tema, es que el sábado pasado, estos pendejos ya se vieron las caras, o sea, ¿Nuevamente?

Ya me estoy ahogando. No es que no me gusten los niños, para nada, a mi hija, de hecho, la acompaño feliz, no tengo rollos, el tema, es la hora y los lugares donde se realizan estos magnos eventos. Centros que encapsulan miles y miles de bacterias, gritos, bulla, comida chatarra, llantos, etc.

Bueno, es sábado. Hay que levantarse, más menos temprano, porque no pretendo ir al Parque Arauco a las 13, ya que a esa hora el taco es horrible, así es que “si quiere celeste mijita, que le cueste”. A comprar el regalo. Cualquier mono guacho o algún auto de carrera feo y barato. Ahora, ojo con el tema de los regalos, porque ya no puedes llegar con cualquier cosa de $1.990. Ya los “presentes” son de calidad, al menos, de 5 lucas para arriba. Bueno, regalo comprado, y hay que hacer hora. No almorzar mucho, porque seguro las pizzas y las tortas malas, estarán a la orden del día. Volvemos a la casa a que la nena se cambie de ropa, un bonito vestidito le digo yo, ¡Nada! Ella quiere jeans, polera, polerón tipo canguro y zapatillas grandes. ¡Si no va a una fiesta! Al final, ya el “taquilleo” es brutal, pero bueno, es parte de la edad, la entiendo. Antes, los cumpleaños estaban lleno de mujercitas sacadas de cuento y pelmazos de niños con camisas abrochadas hasta el cogote, hoy no, la cosa es más light.

Hay que pasar a buscar a la amiga, quien llega con su regalo en mano, lista para disfrutar. Paso a la bomba de bencina a comprarme una revista de esas largas y con harto reportaje para poder leer mientras estoy en el infierno. La buena revista, una Coca light, por si a la mamá no se le ocurre tener otra cosa que Kem Piña, Pap, Bilz, y cuanta cosa con azúcar existe. Nos vamos. El estacionamiento lleno de vans, camionetas, y autos grandes. Es impresionante como las mamás hoy en día, están abusando de este tipo de autos, que ya parecen verdaderos transportes escolares, sólo les falta pintarlos de amarillo. Bueno, llegamos, entramos y estamos en la lista de invitados, cual fiesta V.I.P. Al ingresar, cuatro abrazos apretados de las mejores amigas, que ya llegaron, porque los papás las lanzaron a eso de las 3 de la tarde al lugar. Vamos a saludar al festejado y a los papás del cumpleañero, como debe ser. Ellos, la mayoría, saben que me quedo, así es que me empiezan a ofrecer mil cosas para hacerme la estada feliz. ¿Tortita?, ¿suflés?, ¿bebida? – no te preocupes, gracias. “Si quieres puedes sentarte con nosotros” – me dice la mamá, a lo cual respondo que “no se preocupe””. ¡Uf!, ya me salvé de una. Comienzo a recorrer el recinto. Veo guatones engulléndose unos pedazos gigantes de pizza con alevosía, mientras sus dos hijos, dos guatoncitos, repiten la escena al lado. Veo mamás de esas rubias platinadas, que conversan con otras mamás y picotean algo por ahí; cabros chicos corriendo de un lado al otro; otros que se pegan en una esquina por culpa de unas malditas fichas; otro sacándose un moco, listo para “morfárselo”. Al fondo, me encuentro con el típico papá que te encuentras siempre y que es el clásico “macabeo” que mandaron a lo mismo que yo, con la diferencia que a mí, nadie me mandó, pero a él, si. Nos sentamos y emitimos algunas palabras insulsas y sin sentido y comienzo a leer mi revista.

Mientras con alguno de mis ojos, estoy mirando a donde cresta fue a parar mi hija y sus amigas. De repente, llega el papá del niño al que celebramos a saludar. Te paras, dejas lo que estás haciendo y comienzas con al show de las apariencias. ¡Cómo estás!, ¡Tanto tiempo!, ¡Qué bueno verte! ¡Qué gran cumpleaños! ¡Gracias por la invitación! y cuanta burrada existe. Después de unos minutos de vacío, el tipo comienza a irse, o inventa que tiene que ir a buscar fichas para los niños ¡Dele no más! Cuándo estoy diciendo eso, se apagan las luces y comienza el show. Un ratón de dudosa sexualidad, que canta y baila como una yegua desbocada, seguido de otro grupo de animales sacados de no sé qué granja y un grupo de niñas del local. Todos, al unísono, cantan el “cumpleaños feliz” en ritmo de “cumbia villera”, algo así como el sound, con mezcla de reggaeton y no sé qué otra cosa más. Los niños, se sientan en las mesas y comienza el desfile de papas fritas, snacks, tortas malas, y caras de ternura de los papás que estamos en el lugar ¡Que lindos se ven! – dice alguna abuela por ahí. Como en todo cumpleaños de cabro chico, las mujeres con las mujeres y los nenes con los nenes. Muchos aplausos y gritos de apoyo al cumpleaños que nos corresponde, porque claro, como se juntan varios eventos juntos, los ratones huecos preguntan: ¡Dónde está Fernando! ¡Qué levante la mano Rosario! Y todos los pendejos, incluso algunos papás, se ponen a aplaudir para ver quién tiene la mejor convocatoria. Me ofrecen torta, a lo cual respondo que sí. Vuelvo a mi puesto de lectura apacible rodeada de gritos y llegan “mis niñas” (así les llamo cariñosamente a las amigas de mi hija, son todas como mis niñas) y me piden que les compre fichas. Claro, el cumpleaños, no es sólo mirar, también hay que pagar y pagar. Bueno, 5 lucas para que se compren fichas ¡Se las reparten! – grito como una loca. Cosa que nunca pasa, porque  siempre terminan peleando. Mi hija y todos, en realidad, ya están transpirados de tanto correr de acá para allá. Llega la hora de irnos y abrigarse porque afuera está helado y los cambios de temperatura, matan. Nos despedimos de los padres, del niño y nos vamos. Ya termina todo este show de sábado. ¡La sorpresa! – grita la señora. Nos entrega una bolsa llena de dulces y golosinas, que la verdad, guardo para mis antojos nocturnos. Llegamos a  la casa, exhaustos, y la nena, no tiene para cuando dormirse. Una bomba de adrenalina no será fácil de calmar. Nos acostamos, pongo alguna película para ver, nos contamos lo que vivimos cada uno en la fiesta y al abrazarla, aún siento su corazón palpitar a mil. Una de la mañana y recién comienza a pestañear para ya dormir. Mañana será otro día. Advertida eso sí: hoy le tocó a ella, mañana, el panorama es mío. Tranquilidad y más tranquilidad. A la espera de que el lunes, llegue otra tarjetita que nos comprometa para el próximo sábado.

Deje un comentario